Si aún existiera, ya estaría colgado al teléfono preparando un homenaje al compañero perdido en el camino de la vida. Pero esta vez ha sido él. Francisco Javier Claver murió ayer en Valencia, a los 52 años de edad, víctima de un cáncer. Se va un histórico del deporte valenciano, un destacado jugador de la Asobal y el entrenador que llevó a un Alzira arruinado a ser campeón de Europa, de la Copa EHF. Claver, años después, gestionó los inicios en el baloncesto de su hijo Víctor, estrella y capitán del Power Valencia. Y siempre, por encima de todo, fue un pedagogo, hombre entregado a la educación durante su larga etapa como profesor en el colegio Maristas de Valencia.
A Paco Claver siempre se le dio bien el balonmano, desde pequeño, cuando comenzó a destacar en el patio de Maristas, colegio con el que llegó a ser campeón de España juvenil, éxito que le impulsó hasta el Marcol. «Llegó al equipo en la temporada 1975-76, la misma en la que yo me lo dejé», explica Nacho Nebot, otro histórico de este deporte que, como haría Claver más adelante, dejó el deporte por su formación y su trabajo. «Fue un buen jugador que hizo carrera en la Liga Asobal antes de abandonar para trabajar como maestro en Maristas». Nebot, traumatólogo y especialista en medicina deportiva, habla de los años del fornido Claver como destacado central-lateral en el Marcol, equipo con el que logró terminar entre los cuatro mejores de España en más de una ocasión.
Pero el jugador de balonmano siempre tuvo claro que su presente en las canchas no iba a dar tranquilidad y estabilidad a su futuro. De ahí que dejara el deporte para impartir clases de Física y Química en Maristas. Allí, en la calle Salamanca, dejó ser Claver para convertirse, fruto de la imaginación de sus alumnos, en 'El Clavo'. En las aulas fue igual de eficaz. Sus pupilos, tanto los más aplicados como los díscolos, lo recuerdan como un hombre afable, entrañable y muy profesional. «Era muy cariñoso y dialogante. A los que no éramos tan buenos estudiantes nunca nos dejó de lado. Siempre tenía un momento para hablarte, para darte un buen consejo. Era un profesor muy querido en Maristas», rememora Vicente Llorens, quien lo tuvo de profesor y tutor, y con quien compartió más de una cerveza, a la salida de clase, en el bar Iruña.
Pese a sus ocupaciones como profesor, el balonmano nunca dejó de correr por sus venas. Y ahí acudió, presto, en ayuda del Alzira, club que zozobraba por sus carencias económicas. Llegó en sustitución de César Argilés y lo encumbró como campeón de la Copa EHF -equivalente a la Europa League de fútbol- en la temporada 1993-94.
Juan Alemany fue uno de los jugadores que se coronaron campeones a sus órdenes. El fantástico goleador valenciano aún vivió los últimos años en activo de Paco. «Fue un gran jugador. Para la época era muy corpulento y lo aprovechaba con un gran lanzamiento. Era un goleador, pero por encima de todo un líder». El destino les reuniría más tarde. «Como entrenador fue la leche. Llegó al Alzira en un momento muy difícil y sin cobrar nos hizo campeones de Europa, pese a lo cual siempre permaneció en la sombra, dándonos todo el protagonismo a los jugadores».
Alemany habla de 1994, año en que, después de siete meses sin cobrar, la plantilla se encerró para reclamar el sueldo que le debían. Y pese a ello Claver condujo a aquel equipo a las semifinales de la Asobal -cayó ante el Teka, campeón de Europa ese año- y al título en la EHF tras ganar en Alzira 23-19 y perder 22-21 en la cancha del Linz.
El día en que regresó de Austria con la copa le esperaba en el aeropuerto su familia: su mujer y sus tres hijos, entre los que se encontraba el pequeño Víctor (seis años), quien no mucho después se convirtió en una de las promesas más codiciadas del baloncesto europeo. El actual capitán del Power siempre ha contado que sólo conserva vagos recuerdos de aquel hito.
Su hijo precisamente se convirtió en su gran obsesión años después. Cuando descubrió que tenía una perla en casa se esmeró en inculcarle los valores con los que él siempre viajó por el mundo del deporte. Porque Paco Claver fue en todo momento un antidivo, un tipo con los pies en el suelo que restaba importancia a sus éxitos y tenía muy claro que un deportista nunca debe descuidar su educación, su formación.
Manolo Real lo conoció durante su etapa como director deportivo del Pamesa. No le dejó indiferente. Real topó con un hombre atípico, un padre que anteponía muchos detalles al dinero. Cuando logró llevarse a Víctor de Maristas al Pamesa, Paco Claver consiguió a cambio una serie de privilegios para el colegio. «Él quería demostrar que la marcha de su hijo también podía beneficiar a Maristas».
Calabazas a Lolo Sainz
Pero lo más llamativo llegaría después, cuando comenzaron a dejarse caer por la Fonteta los 'tiburones' de Real Madrid, Barcelona o Benetton. «Desde que llegó el primero -recuerda Real-, me dejó muy claro que su palabra valía mucho más que cualquier papel». Y lo demostró con hechos. Como el día en que Lolo Sainz, entonces director de la cantera del Real Madrid, le ofreció el oro y el moro. Paco comenzó a hacerle preguntas. «¿Qué más le puedes ofrecer a mi hijo?», le dijo. Y Lolo Sainz comenzó a abrir el abanico. «Un gran equipo de la ACB», comenzó. «El Pamesa también lo es. ¿Qué más?» «Plaza en el mejor colegio de Madrid», siguió. «Mi hijo estudia en Maristas, el mejor colegio de Valencia. ¿Qué más?» «Trabajo para ti y para tu mujer», apretó el embajador madridista. «Yo soy jefe de estudios en Maristas, no necesito un trabajo», zanjó Claver. «Y Víctor no se movió de Valencia», concreta, orgulloso, Manolo Real.
La educación de Víctor también fue primordial. Y Real recuerda que los entrenamientos del prometedor alero valenciano siempre se planificaban, mes a mes, en función de las exigencias académicas del jugador. «Eso sí, cuando pasaba el examen de turno, no ponía ningún impedimento en que Víctor recuperara los entrenamientos que había perdido». Y así, poco a poco, fue modelando al deportista ejemplar que ahora codicia hasta la NBA.
Más tarde llegaron las grandes multinacionales deportivas. Real se quedó de piedra al ver cómo se negaba a hipotecar a su hijo. «A su padre nunca le importó el dinero y a cada firma le recordaba que Víctor tenía dos hermanos que también necesitaban zapatillas de baloncesto». Hubo un momento en que tuvo que dejar de ejercer como representante del jugador. Pero insistió como padre implacable. Y el día en que Víctor le insinuó que quería comprarse un cochazo lo convenció para que, mientras funcionase correctamente, siguiera con el suyo, el coche de un antidivo.